LUIS CERNUDA (Sevilla 1902- México
D.F. 1963) |
(1932-1933)
Donde
habite el olvido
Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin
aurora;
dondo yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada
entre ortigas
sobre la cual el viento escapa
a sus insomnios.
Donde mi cuerpo deje
al cuerpo que designa en
brazos de siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea
mientras crece el tormento.
Allá donde termine este afán que exige un dueño a
imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros
ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno
de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin
saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.
Adolescente
fui en días idénticos a nubes
Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por
penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese
recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre
el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el
lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he
sido;
era la ignorancia mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales
como cielos,
sueño luego, un sueño más alto
que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre
mis manos,
las hallará vacías, como en
la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia
el aire.
(1937-1940)
[...]
Por mi dolor comprendo que otros inmensos sufren
hombres callados a quiene falta
el ocio
para arrojar al cielo su
tormento. Mas no puedo
copiar su enérgico silencio, que
me alivia
este consuelo de la voz, sin
tierra y sin amigo,
en la profunda soledad de
quien no tiene
ya nada entre sus brazos,
sino el aire en torno,
lo mismo que un navío al
alejarse sobre el mar.
¿Adónde han ido las viejas compañeras del hombre?
Mis zurcidoras de proyectos, mis tejedoras de
esperanzas
han muerto. Sus agujas y
madejas reposan
con polvo en un rincón, sin
la melodía del trabajo.
Como una sombra aislada al filo de los días,
voy repitiendo gestos y
palabras mientras lejos escucho
el inmenso bostezo de los
siglos pasados.
[...]
(1941-1944)
Noche
del hombre y su demonio
D: Vive la madrugada. Cobra tu señorío.
Percibe la existencia en dolor puro.
Ahora el alma es oscura, y los ojos no hallan
sino tiniebla en torno. Es
ésta la hora cierta
para hablar de la vida, la
vida tan amada.
Si al Dios de quien es obra le reprochas
que te la diera limitada en
muerte,
su don en sueños no
malgastes. Hombre, despierta.
H: Entre los brazos de mi sueño estaba
aprendiendo a morir. ¿Por qué me
acuerdas?
¿Te inspira acaso envidia el sueño humano?
Amo más que la vida este sosiego a solas,
y tú me arrancas de él,
para volverme
al carnaval de sombras, por
el cual te deslizas
con ademán profético y paso
insinuante
tal ministro en desgracia. No
quiero verte. Déjame.
[...]
(1950-1956)
El
viajero
Eres tú quien respira
este cálido aire
nocturno, entre las hojas
perenne. ¿No
te extraña
Ir así, en el halago
de otro clima? Parece
maravilla imposible
estar tan libre. Mira
Desde una palma oscura
gotear las estrellas.
Lo que ves ¿es tu sueño
o tu verdad? El mundo
Mágico que llevabas
dentro de ti, esperando
tan largamente, afuera
surge a la luz. Si ahora
Tu sueño al fin coincide
con tu verdad, no pienses
que esta verdad es frágil,
más aún que aquel sueño.
(1956-1962)
Adiós
Muchachos
que nunca fuisteis compañeros
de mi vida,
adiós.
Muchachos
que no seréis nunca
compañeros de mi vida,
adiós.
El tiempo de una vida nos separa
infranqueable:
a un lado la juventud libre
y risueña;
a otro la vejez humillante
e inhóspita.
De joven no sabía
ver la hermosura, codiciarla,
poseerla;
de viejo la he aprendido
y veo a la hermosura, mas
la codicio inútilmente.
Mano de viejo mancha
el cuerpo juvenil si intenta
acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
pasar de largo junta a la
tentación tardía.
Frescos y codiciables son los labios besados,
labios nunca besados más
codiciables y frescos aparecen.
¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?
Bien lo sé: no lo hay.
Qué dulce hubiera sido
en vuestra compañía vivir un
tiempo:
bañarse juntos en aguas de una
playa caliente,
compartir bebida y alimento en una
mesa,
sonreír, conversar, pasearse
mirando cerca, en vuestros ojos,
esa luz y esa música.
Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
atrayendo al amor, atrayendo al
deseo.
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y
vuestra gracia abren
en este transeúnte inmune en
apariencia a ellas.
Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.
Que yo pronto he de irme, confiado,
adonde, anudado el roto hilo,
diga y haga
lo que aquí falta, lo que a
tiempo decir y hacer aquí no supe.
Adiós, adiós, compañeros imposibles.
Que ya tan sólo aprendo
a morir, deseando
veros de nuevo, hermosos
igualmente
en alguna otra vida.